jueves, 10 de octubre de 2013

EN TIERRA DE NADIE

Lo confieso. Yo fui criada en un ambiente restrictivo, los niños (y especialmente las niñas) debíamos respeto y obediencia al adulto.
En mi casa nunca se habló de lactancia materna ¿para qué? se crían igual de bien con el biberón y así el padre ayuda (aunque no nos engañemos, los bebés pertenecían a la madre única y exclusivamente). Colecho era una palabra totalmente desconocida ¿coquééé? a los 3 meses a su habitación y con cereales para que duerma toda la noche y no se despierte que mañana trabajamos/descansamos. Por supuesto, los niños llorábamos hasta quedarnos dormidos y no se nos cogía en brazos que se acostumbran. Pasábamos muchas horas solos en el piso de arriba, con la única compañía de películas de animación y marionetas porque mira que tranquilos están y así no molestan.
Así crecí, y me parecía lo normal. Tanto que recuerdo haber recomendado a familias con hijos recientes "no pasa nada si llora, al cabo de unos días ya se habrá acostumbrado". Los niños eran un trámite a cumplir y nadie se planteaba que teníamos opinión propia.

Entonces llegó el mayor. Ya he hablado de él. Llegó con la fuerza de un huracán y arrasó con todo. ¿Biberón? No, el placer de tenerlo pegado a mi pecho no era comparable a nada. ¿En brazos? ¡Por supuesto! Y envuelto en un fular para cansarme lo menos posible. ¿Dejarlo llorar? ¡pero si no puedo soportar su llanto ni un minuto!
Y cambié. No me valían las viejas reglas ni los consejos familiares. Eso no iba conmigo. Soporte chanzas, burlas, críticas durísimas e incluso algún insulto. Pero no me achanté, era mi hijo y iba a soportar mis errores no los de otros.

Pero estaba sola. Muy sola.

Empecé a buscar en internet, en foros, en grupos, pero las posturas pro-crianza natural me parecían demasiado radicales. Yo venía de un entorno donde los niños no contaban para nada, ¿cómo iba a renunciar a mi propia identidad por ellos? Yo era madre, sí, pero también esposa, amiga, mujer, persona. Me apetecía salir algún día a cenar con mi marido, de compras con mis amigas o simplemente tomarme la tarde libre para ir a la peluquería (¡Horror! ¿Coquetería siendo madre?) o leer un libro en una terracita. Cuando comentaba estos deseos en los grupos de crianza natural volvía a recibir críticas, malas caras y un enorme vacío.

Estaba claro, ese tampoco era mi sitio.

¿Y entonces qué? ¿Dónde encajo yo?

Pues he llegado a la conclusión de que yo encajo en mi casa, adaptándome a mis necesidades y a las de mis hijos.

He optado por la LM prolongada en los 2, aunque he tenido momentos en los que hubiera matado por un biberón y los 2 han llevado chupete. Me he quedado a su lado hasta que se dormían, aunque cada uno en su cama, y mi puerta siempre está abierta por si quieren entrar. Los he porteado (y porteo) hasta que han preferido ir andado, pero los 2 han ido a la guardería. Les he dedicado la mayor parte de mi tiempo, pero también he salido a cenar, a reír y a compartir mi vida con adultos sin sentirme culpable. Disfruto del tiempo que compartimos, pero también me he arrepentido a veces de haberlos tenido.

Lo dicho. En tierra de nadie. En mi propia tierra.




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