Una vez me dijeron “no vuelvas a mirarte desnuda en un
espejo si no tienes a tu hijo en brazos”. En ese momento, con una tripa que
tenía gravedad propia y saturada de hormonas me reí, hoy he descubierto cuanta
verdad tenían.
Al nacer mi primer hijo se me ocurrió mirar mi reflejo en el
mismo hospital al salir de la ducha, ¡aún lloro al recordarlo!
Donde antes había una barriga firme y lisa que lucía
orgullosa piercing y tatuajes, encontré una bolsa flácida y grande,
excesivamente grande. ¿No se suponía que el bebé había salido? ¿Por qué seguía
eso ahí?
Y mis pechos, antiguo objeto de deseo, dolían, se habían
hinchado y goteaban leche.
Cerré los ojos, “esto pasará, el cuerpo se recupera”. Sí, es
cierto. Pero nadie te dice cuánto tiempo va a tardar ni lo extraña que te vas a
sentir mientras tanto.
Por suerte las ginecólogas y matronas crearon el concepto
“cuarentena”. Teóricamente 40 días en los que te abstienes de tener relaciones
sexuales que incluyan penetración. En la práctica, un período indefinido de
tiempo en el que no tienes porque justificar tu falta de libido y la mala
relación que creas con tu cuerpo (entendido como objeto sexual).
Durante nueve meses has sido la reina, sin preocuparte por
lo que comías, sin posibilidad de gimnasio y fueras donde fueras todo el mundo
te encontraba preciosa. De golpe, dejas de ser la protagonista, aparece la
depresión postparto y no te reconoces en el espejo.
Las noches en vela, los discos y sujetadores de lactancia
(diseñados por el mismo creador de las bragas de color carne, concebidos para
exterminar a la raza humana) y las sábanas manchadas de leche, babas o mocos tampoco
ayudan.
Tu marido lo intenta, te prepara cenas románticas en las que
tienes que regar el solomillo con agua con gas (ni alcohol ni excitantes, cosas
de la lactancia) y si consigues terminar de cenar sin haberte levantado 5 veces
porque el niño llora, tiene (frío/calor/hambre/sueño/ …) o simplemente vas tú a
comprobar si respira, caes rendida en el sofá sin ganas de nada.
Él insiste “sigues siendo preciosa cariño”, pero los únicos
pantalones que puedes usar son los de premamá y cuando estás en silencio parece
que oyes al resto de tu ropa despidiéndose desde el armario.
Por supuesto, como no te sientes atractiva la posibilidad de
que alguien te vea desnuda y te encuentre deseable parece una utopía que nunca
vas a alcanzar. Recuerdas vagamente que existía una cosa llamada depilación,
pero no tienes tiempo para buscar en Google en qué consistía exactamente.
Pero pasa, todo pasa. Llega un día en que tu hijo empieza a
dormir, los niveles de hormonas se estabilizan y empiezas a disfrutar de la
lactancia. Poco a poco recuperas tu vida y te reconcilias con tu cuerpo y
entonces, demostrando tu gran coherencia, decides tener otro hijo.
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