miércoles, 15 de enero de 2014

SEXO DESPUÉS DEL PARTO


Una vez me dijeron “no vuelvas a mirarte desnuda en un espejo si no tienes a tu hijo en brazos”. En ese momento, con una tripa que tenía gravedad propia y saturada de hormonas me reí, hoy he descubierto cuanta verdad tenían.

Al nacer mi primer hijo se me ocurrió mirar mi reflejo en el mismo hospital al salir de la ducha, ¡aún lloro al recordarlo!
Donde antes había una barriga firme y lisa que lucía orgullosa piercing y tatuajes, encontré una bolsa flácida y grande, excesivamente grande. ¿No se suponía que el bebé había salido? ¿Por qué seguía eso ahí?
Y mis pechos, antiguo objeto de deseo, dolían, se habían hinchado y goteaban leche.
Cerré los ojos, “esto pasará, el cuerpo se recupera”. Sí, es cierto. Pero nadie te dice cuánto tiempo va a tardar ni lo extraña que te vas a sentir mientras tanto.

Por suerte las ginecólogas y matronas crearon el concepto “cuarentena”. Teóricamente 40 días en los que te abstienes de tener relaciones sexuales que incluyan penetración. En la práctica, un período indefinido de tiempo en el que no tienes porque justificar tu falta de libido y la mala relación que creas con tu cuerpo (entendido como objeto sexual).

Durante nueve meses has sido la reina, sin preocuparte por lo que comías, sin posibilidad de gimnasio y fueras donde fueras todo el mundo te encontraba preciosa. De golpe, dejas de ser la protagonista, aparece la depresión postparto y no te reconoces en el espejo.

Las noches en vela, los discos y sujetadores de lactancia (diseñados por el mismo creador de las bragas de color carne, concebidos para exterminar a la raza humana) y las sábanas manchadas de leche, babas o mocos tampoco ayudan.

Tu marido lo intenta, te prepara cenas románticas en las que tienes que regar el solomillo con agua con gas (ni alcohol ni excitantes, cosas de la lactancia) y si consigues terminar de cenar sin haberte levantado 5 veces porque el niño llora, tiene (frío/calor/hambre/sueño/ …) o simplemente vas tú a comprobar si respira, caes rendida en el sofá sin ganas de nada.

Él insiste “sigues siendo preciosa cariño”, pero los únicos pantalones que puedes usar son los de premamá y cuando estás en silencio parece que oyes al resto de tu ropa despidiéndose desde el armario.

Por supuesto, como no te sientes atractiva la posibilidad de que alguien te vea desnuda y te encuentre deseable parece una utopía que nunca vas a alcanzar. Recuerdas vagamente que existía una cosa llamada depilación, pero no tienes tiempo para buscar en Google en qué consistía exactamente.

Pero pasa, todo pasa. Llega un día en que tu hijo empieza a dormir, los niveles de hormonas se estabilizan y empiezas a disfrutar de la lactancia. Poco a poco recuperas tu vida y te reconcilias con tu cuerpo y entonces, demostrando tu gran coherencia, decides tener otro hijo.



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