martes, 11 de febrero de 2014

SOLTAR

Admiro profundamente a la gente que puede cerrar puertas fácilmente. Yo soy incapaz.
Me cuesta borrar los números del móvil, de hecho, más de la mitad de mi agenda no sé quien es (o si lo sé no me apetece contactar con ellos), me termino los restos de comida de todos los platos aunque no tenga hambre y nunca tiro nada "por si acaso", preparándome así para un futuro síndrome de Diógenes.
Y, por supuesto, me cuesta eliminar de mi vida a las personas que ya no me quieren allí.

Mi parte racional me dice que hemos cambiado, que ya no compartimos cosas en común o que nunca lo hicimos; me dice que no vale la pena, que sólo me aportaban sufrimiento y malestar; me dice que merezco gente que me quiera, a la que le apetezca estar conmigo porque sí. Pero no puedo.
Me cuesta tanto dejar entrar a alguien en mi vida que es como la marca que deja el agua en la roca, se va labrando poco a poco, despacio, sin prisas. Pasa el tiempo, cambian las mareas, pero la huella sigue ahí. Y cuando la persona que la ha creado se marcha, el vacío que queda es enorme y no se puede llenar.

Supongo que por eso me engancho en relaciones tóxicas, en muestras vacías, en sonrisas falsas.

Pero también creo que el universo te da regalos. A veces. Pocas. Pero ocurre.
Y ocurre sólo cuando llega el momento adecuado, cuando estamos preparados para aceptarlo.

Ahora es uno de esos momentos. Estoy aprendiendo a soltar.
Estoy aprendiendo a soltar y dejar espacio para todo lo que está por llegar.

Suelta!




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